jueves, 4 de febrero de 2010

El Post It

Cuando la vi entrar a la cocina el reloj marcaba las 8:30 am. Sé que había prometido que no volvería a pasar. La última vez se lo dije con lágrimas en los ojos. Y esta vez fueron sinceras. Lo sé porque me quemaban. La tomé de la cintura. Yo quería ponerme de rodillas ante ella y jurarle mil veces que jamás volvería a pasar, que lo anterior había sido una estupidez enorme, que estaba arrepentido y que pensaba que no la merecía. No lo permitió. Estaba tan alterada que me mantuve a una distancia prudente.

Ella se detuvo un instante. ¡Dios! ¡Que hermosa se veía! Y la mirada que me envió estaba tan cargada de decepción y de tristeza, que reconocí que nunca antes la había visto así. Una vez más le había fallado. Una vez más me convertí en un animal que sólo busca su satisfacción sin importar si daña a terceros. Un egoísta a quien no le importa si hay daños colaterales.

Su cabello caía desordenado sobre su hombros. Como todas las mañanas cuando recién se levantaba para prepararse el desayuno. No tuve que esforzarme mucho para notar desde donde estaba cómo su nariz estaba salpicada de pecas. Se le notaban más cuando lloraba, cuando se enfurecía, cuando hacía ejercicio como desenfrenada sobre la bicicleta, o en esas noches en que tenía un orgasmo conmigo. Esta vez se le notaban mucho. Pero no pude adivinar si era furia o tristeza. No estaba teniendo un orgasmo, eso sí puedo asegurarlo.

Enfurecer a Elisa era difícil, pero una vez que lo conseguía el resultado era grandioso, en verdad. Era… ¿cómo decirlo? Era buena como cliente. Bastaba con que le recordara que su papá era un alcohólico sin trabajo. Los dos sabíamos que ya no amaba a su madre y alguna vez habíamos visto a una o dos de sus múltiples conquistas. Recordarle eso a Elisa era casi garantía de hacerla enojar.

O mencionarle que su hermano tenía ya 38 años y aún seguía viviendo a merced de ella y de sus papás y era un perfecto inútil bueno para nada que se creía artista. Ese recurso no era tan efectivo, pero a veces lograba ponerla de malas.

Aunque Elisa me tiene mucha paciencia y se que en verdad me ama, tengo que reconocer que yo sin ella no puedo vivir. Y no podría explicarlo con claridad, pero lo cierto es que yo también la amo a mi manera. Profundamente. Es mi mitad, por decirlo de alguna manera más romántica.

Ella volteaba alternadamente hacia mí y luego hacia la ventana de la cocina. Se balanceaba de un pie a otro, como si tuviera ganas de ir al baño. ¿Qué si lloraba? Tal vez un poco… pero no me permitió acercarme para comprobarlo. Creo que esta vez sí me pasé. Seguramente mi aspecto era el de una ruina total. Una nube de vapor de alcohol y humo de cigarrillo debía de rodearme.

Debo decir en mi defensa que mis aventuras nunca han sido importantes. ¡Hablo en serio! Es más, a las tres últimas ni siquiera las toqué. Les invité un trago y conversamos durante largo rato, pero nada más. Pero yo sabía que Elisa iba a enloquecer. A la última le pedí que me manchara con su lápiz labial en el cuello de la camisa antes de despedirnos. Después de obedecerme me miró extrañada para luego sonreír y decir antes de salir del bar “Me cae que estás bien loco, cabrón”.

Elisa era sordomuda. ¿Ya lo había mencionado? Cuando era pequeña enfermó de varicela y no la atendieron a tiempo. No hablaba y seguramente tenía una voz hermosa. Supongo que no lo sabré jamás, pero no me importa. La casa siempre estaba en silencio, pero no era incómodo, ni molesto. Es más, a veces era muy agradable que fuera tan apacible el ambiente. Cuando hacíamos el amor sí alcanzaba a escuchar algunos jadeos, pero nada más. Aunque ella no podía oírme le gustaba verme decir palabras de amor.

Desde un principio me interesé por el lenguaje de las señas para comunicarme con ella. Es bastante sencillo, en realidad. Ha sido mi maestra y mi interlocutora desde hace mucho. Y con el paso de los días y de los meses en que lo nuestro surgió como un amor fuerte y seguro nuestras conversaciones se fueron haciendo más fluidas. A mí me divertía incluso el grado de privacidad que podíamos tener en alguna reunión o al conversar delante de otras personas.

Cuando la plática se ponía interesante sus ademanes eran más notorios. Cuando algo no le interesaba también lo expresaba con sus manos. Y cuando nos enojamos recurrimos a otra técnica. Al principio fue una libreta donde me dejaba mensajes y yo se los contestaba cuando tenía oportunidad. Era como no hablarnos. Sé que suena ridículo, pero así lo entendíamos. Pero había ocasiones en que ambos estábamos disgustados y no queríamos vernos ni dirigirnos la palabra, entonces la libreta era un vínculo que estorbaba. A veces, para demostrarle que no me interesaba responder a sus quejas o desplantes escritos en el cuaderno lo tomaba y lo escondía. Otras veces arrancaba la hoja y la dejaba arrugada sobre la mesa. Como últimamente teníamos muchas discusiones y cada vez más agrias, utilizar el cuaderno resultó verdaderamente cansado.

Optamos por usar notas. Cuando discutíamos y yo me iba a dar un paseo solo para despejarme y regresar a la hora en que seguramente estuviera dormida me encontraba un Post It en la entrada, o en el refrigerador. Algunas veces decían cosas como “Ya no quiero discutir”, “Me fui a casa de mi mamá”, “Te odio cuando te pones así” y las veces que más furiosa se ponía me dejaba mensajes como “Eres un idiota”

Las notas eran más prácticas. Porque así ella no estaba cuando yo las leía. Y yo tenía oportunidad de contestar cosas como “Ya perdóname”, o “Tú empezaste, ahora te aguantas” o si quería hacer más daño podía escribirle: “Me das hueva, deja de estar chingando”, “Tú eres una necia y me tienes hasta la madre”. A veces le escribía “Voy a salir y no estás invitada”, “Un día de estos me voy a largar para siempre”… la verdad es que a veces se me ocurrían notas bastante ofensivas.

Nuestra relación ya se basaba en puras discusiones, en llantos de ella y en crueldades mías. Me aguantaba mucho. A mí me gustaba hacerla sufrir por el placer que me daba verla furiosa, arrojaba cosas al piso o azotaba las puertas. Elisa era muy temperamental. Y ahí voy yo atrás de ella. A veces conseguía hacerle el amor después de una discusión de las buenas. Ella pensaba que lo hacía para limar asperezas, para reconciliarnos, pero la verdad es que lo hacía porque así podía escucharla un poco. Sus gemidos, respiración áspera, entrecortada, rítmica, salvaje. Y se le notaban mucho más las pecas.

Salió de la casa con pasos largos. No iba arreglada, ni le vi maleta sólo una pequeña bolsa de mano, pero de alguna manera yo sabía que esta vez no iba a regresar. Traté de seguirla, pero me detuve en la entrada de la casa, para ver si regresaba por algo que tal vez había olvidado. O mejor aún, que regresara furiosa y dispuesta a dar pelea.

No regresó. Me quedé sentado en la puerta de la casa durante lo que me pareció una eternidad. Desconsolado (pues me había quedado sin contrincante) me incorporé y entré. Ya estaba pensando en llamar a un cerrajero para que cambiara todas las cerraduras de la casa cuando vi una pequeña nota pegada en la mesita de la sala. No la había visto al salir tras de Elisa. Estaba pegada a la mesa y doblada por la mitad.

Tomé la nota amarilla y la guardé en mi cartera sin abrirla. Desde ese día han pasado ya 5 años y el Post It sigue en mi cartera sin abrir. Y ahí seguirá. Incluso cuando me deshaga de esta cartera, sólo cambiaré la notita a la nueva.

No iba a permitir que ella se quedara con la última palabra.

martes, 2 de febrero de 2010

Frase sabia 1

"Cuando una mujer se pasa de alcoholes, todo puede suceder. Desde una noche de fogosa pasión, hasta una espantosa guácara dentro de tu coche"

viernes, 8 de enero de 2010

Te libero

Porque encadenada me gustas muy poco. Aunque cuando eres libre te detesto. Te libero porque atada a mí no me sirves de nada. Te dejo libre porque cuando te rebelas y te disipas en la lejanía lo único que espero es que pronto encuentres eso que andas buscando. Sea lo que sea.

Te libero porque no puedo atarme a tí.
 
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